Qué vergüenza. Vergüenza la que me da andar suspirando por un ex.
Que al final no se portó muy bien que digamos. Y al principio tampoco
realmente. Solo que esa parte de la historia se me olvida cuando en mi inbox,
por equivocación regreso a mis correos de 2007 y me encuentro con mis breves
intercambios cyber-epistolares cursis con el ese entonces amor de mi vida.
Cómo una relación que empieza con full amor termina en los dos
bloqueándonos del Facebook? En qué momento uno pasa del “no puedo esperar para
verte” al “ no te llamé porque mi celular está sin batería”? A ratos quisiera tener una máquina del tiempo
para volver al momento exacto donde las cosas empezaron a fallar.
Autocrítica como soy, en este momento creo que pudo haber sido mi
culpa. Y sí fue mi culpa. Porque como
muchas mujeres, he cometido más de una vez el error de pensar que cualquier
romance pasajero es el amor de mi vida, y actuando en consonancia, he dado a la relación más de lo que la relación misma puede aguantar. Porque una cosa es que uno quiera que alguien
sea el amor de su vida, y otra que esa persona lo quiera ser, o pueda serlo.
Nunca he tenido que pedir perdón por ser infiel a nadie (mi signo
zodiacal chino es el perro, eso posiblemente tiene algo que ver con esta
lealtad crónica), nunca he mentido, (porque al amor de la vida de uno no se le
miente y todos fueron el amor de mi vida), y nunca he roto el corazón a nadie. Mis listas de perdón son de otro estilo,
porque con eso de que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones,
resulta que las mías muchas veces han terminado espantando a la presa y
generando el efecto contrario en el Eduardo Capetillo de turno.
Si pudiera hablar con la que fui hace 7 años, me diría que querer
a alguien no significa demostrárselo todo el tiempo. Es un hecho que a veces
guardar distancias hasta tener bien estudiado el terreno o para simplemente
hacerse extrañar tiene sus recompensas, como por ejemplo, que de hecho te
extrañen. Me diría que querer a una persona no es excusa para uno dejar de
hacer su vida y revolotear como mariposa insistente alrededor del sujeto
dejando on hold cualquier plan a la
espera de que el susodicho confirme. También me diría que la confianza es algo
que se construye con el tiempo, y que el hecho de ser novia de alguien no es una carta blanca
para compartirle todo lo que pensamos, sentimos y nos pasa (“No todo el mundo
tu vocación de psicólogo, Lolo”). Y sobre todo, me diría que no es el fin del
mundo. Terminar con el susodicho del
e-mail en ese entonces me pareció como el peor golpe a mi corazón. Me diría que
disfrute mientras pueda de esos
sufrimientos románticos leves, porque a medida de que uno crece hasta los
break-ups son más complicados y dolorosos. Me diría que las cosas tienen solución,
y que le conteste el teléfono cuando dos meses después me llame en una noche de
borrachera. Y me diría que le perdone. (O al menos tenga un último “remember”
con el personaje, por eso de quedarse con un buen recuerdo). Porque independientemente de quien tuvo la
culpa en el final de la relación, nadie que ha formado parte de nuestra
historia personal debería desaparecer de nuestras vidas por cosas
insignificantes. Me diría que un día, siete años más tarde, quizás encuentre
sus correos, y tenga unas ganas locas de preguntarle cómo está, y que cuando no
pueda hacerlo, probablemente me ponga un poquitito triste.