Haciendo el cross over
No, no me refiero al cross over que hizo Ricky Martin en el 2000 cantando Livin’ La Vida Loca en spanglish. Aunque posiblemente el giro que quiero dar me ayude a hacer exactamente eso.
Alguna vez se han puesto a pensar por qué la sociedad nos obliga a decidir lo que haremos el resto de nuestras vidas cuando apenas tenemos 18 años? No hemos vivido nada, nunca hemos salido de nuestras casas, y las nociones que tenemos de lo que involucra una profesión están basadas en meras percepciones de lo que vemos en nuestros mayores y de lo que vemos en la televisión. Como yo, que decidí que quería ser abogada después de ver a Tom Cruise destruir en el banquillo de los acusados a Jack Nicholson en “A Few Good Men”. Bueno, no tanto así, pero en realidad escogí mi carrera con el inocente objetivo de ayudar a otros a librarse de los que cometían injusticias. Suena lindo, pero creo que si uno va a escoger la actividad que va a realizar los siguientes treinta años, el bienestar de otras personas es lo último que tenemos que tener en cuenta. La elección no puede ser basada en otra cosa que en lo que nos haga absolutamente felices, lo que potencie nuestro talento, lo que nos ayude a ser lo que queremos ser y no lo que nuestros padres esperan que seamos.
Al borde
de cumplir 32, he aceptado un incómodo
sentimiento que me viene carcomiendo desde hace un tiempo: ya no me apasiona lo
que hago. Será porque he podido ver el backstage de la profesión que uno no ve
en las aulas, y he constatado la falta de solidaridad del gremio y las
injusticias y actos de corrupción que a veces se comenten; o posiblemente
porque cuando uno es adulto y la vida empieza a regalar problemas gratis lo
último que uno quiere es hacerse de más problemas que encima son ajenos. Cuando
uno llega al tercer piso, lo único que quiere es ser feliz.
Por suerte no soy la única desertora: Hace un
par de días conversé con un ex compañero de la universidad quien a mi edad
había pasado por la misma crisis, que terminó en él retirándose del ejercicio y
dedicándose a un campo que no tenía nada que ver con lo que había estudiado
pero sí tenía todo que ver con su personalidad y con quien él es. Y ahora es absolutamente
feliz. Esa conversación casual posiblemente me termine salvando la vida, porque
por primera vez desde que aparecieron mis dudas vocacionales, creo que sí puedo cambiar de camino, y que en lugar de
morirme en el intento, puedo llegar a conocer a esa mejor versión de mi misma
que ha estado de vacaciones durante ya algún tiempo.
No es
fácil tomar la decisión de bajarse de un barco en el que uno va una década
subido, muchos incluso dirán que es una irresponsabilidad y hasta un gasto de
dinero a estas alturas del partido emprender un nuevo rumbo. Pero si lo piensan
bien, cambiar de rumbo profesional en la vida adulta es una decisión mucho más
sensata que aquella que uno toma estando al final de su adolescencia, cuando
nuestras únicas preocupaciones son las fiestas y los chicos. A los 30 uno tiene
un acumulado de experiencias de diferentes tipos, pero sobre todo, tenemos una noción de quién en
realidad somos. Sabemos lo que nos
mueve, lo que nos apasiona, cómo queremos que nos traten y con qué tipo de
gente nos gusta estar. Además, estamos aún lo suficientemente jóvenes como para
sobrellevar el esfuerzo que supone empezar algo que no conocemos, y aprender lo
que haga falta para perfeccionarlo.
Finalmente,
estamos hablando de nuestra felicidad, y eso no puede ser tratado a la ligera.
Es injusto que algunos nos hagan pensar que ser profesionales o responsables
es sinónimo de infelicidad o de frustración (el mismo argumento perverso bajo
el cual muchos se quedan estancados en matrimonios infelices). Uno tiene que
empezar siendo responsable con uno mismo, y eso implica asegurarnos que
tengamos el máximo nivel de bienestar económico, emocional y psicológico. Nos
debemos a nosotros mismo explotar al máximo los talentos naturales con los que
nacimos, nos debemos llegar al lecho de muerte sin arrepentimientos, con la
felicidad de saber que hicimos todo lo que sabíamos que podíamos hacer.
Empezar
de cero da miedo, pero el solo hecho de tener dudas creo que es suficiente
excusa para empezar a explorar. Hay que atreverse a la felicidad, aunque eso
nos cueste algunos ceños fruncidos en los almuerzos familiares. Mientras la
salud y la mente nos lo permitan, elegir un nuevo rumbo es solo una forma de
continuar viviendo, y no solo sobreviviendo.(Psssst.... si necesitan un empujoncito extra: antes de arriesgarse a la inestabilidad económica del cine, Harrison Ford era carpintero. Se imaginan si Han Solo hubiera preferido hacer repisas? Acá les dejo otros ejemplos más de personas que nunca hubiéramos conocido si no se hubieran atrevido al cross over laboral> http://www.huffingtonpost.com/2013/06/24/never-late-change-careers_n_3460618.html.)
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