sábado, 29 de marzo de 2014

Haciendo el Cross-Over.




Haciendo el cross over



No, no me refiero al cross over que hizo Ricky Martin en el 2000 cantando Livin’ La Vida Loca en spanglish. Aunque posiblemente el giro que quiero dar me ayude a hacer exactamente eso.


Alguna vez se han puesto a pensar por qué la sociedad nos obliga a decidir lo que haremos el resto de nuestras vidas cuando apenas tenemos 18 años? No hemos vivido nada, nunca hemos salido de nuestras casas, y las nociones que tenemos de lo que involucra una profesión están basadas en meras percepciones de lo que vemos en nuestros mayores y de lo que vemos en la televisión. Como yo, que decidí que quería ser abogada después de ver a Tom Cruise destruir en el banquillo de los acusados a Jack Nicholson en “A Few Good Men”. Bueno, no tanto así, pero en realidad escogí mi carrera con el inocente objetivo de ayudar a otros a librarse de los que cometían injusticias. Suena lindo, pero creo que si uno va a escoger la actividad que va a realizar los siguientes treinta años, el bienestar de otras personas es lo último que tenemos que tener en cuenta. La elección no puede ser basada en otra cosa que en lo que nos haga absolutamente felices, lo que potencie nuestro talento, lo que nos ayude a ser lo que queremos ser y no lo que nuestros padres esperan que seamos.

Al borde de  cumplir 32, he aceptado un incómodo sentimiento que me viene carcomiendo desde hace un tiempo: ya no me apasiona lo que hago. Será porque he podido ver el backstage de la profesión que uno no ve en las aulas, y he constatado la falta de solidaridad del gremio y las injusticias y actos de corrupción que a veces se comenten; o posiblemente porque cuando uno es adulto y la vida empieza a regalar problemas gratis lo último que uno quiere es hacerse de más problemas que encima son ajenos. Cuando uno llega al tercer piso, lo único que quiere es ser feliz.

 Por suerte no soy la única desertora: Hace un par de días conversé con un ex compañero de la universidad quien a mi edad había pasado por la misma crisis, que terminó en él retirándose del ejercicio y dedicándose a un campo que no tenía nada que ver con lo que había estudiado pero sí tenía todo que ver con su personalidad y con quien él es. Y ahora es absolutamente feliz. Esa conversación casual posiblemente me termine salvando la vida, porque por primera vez desde que aparecieron mis dudas vocacionales, creo que sí  puedo cambiar de camino, y que en lugar de morirme en el intento, puedo llegar a conocer a esa mejor versión de mi misma que ha estado de vacaciones durante ya algún tiempo.  

No es fácil tomar la decisión de bajarse de un barco en el que uno va una década subido, muchos incluso dirán que es una irresponsabilidad y hasta un gasto de dinero a estas alturas del partido emprender un nuevo rumbo. Pero si lo piensan bien, cambiar de rumbo profesional en la vida adulta es una decisión mucho más sensata que aquella que uno toma estando al final de su adolescencia, cuando nuestras únicas preocupaciones son las fiestas y los chicos. A los 30 uno tiene un acumulado de experiencias de diferentes tipos,  pero sobre todo, tenemos una noción de quién en realidad somos.  Sabemos lo que nos mueve, lo que nos apasiona, cómo queremos que nos traten y con qué tipo de gente nos gusta estar. Además, estamos aún lo suficientemente jóvenes como para sobrellevar el esfuerzo que supone empezar algo que no conocemos, y aprender lo que haga falta para perfeccionarlo.

Finalmente, estamos hablando de nuestra felicidad, y eso no puede ser tratado a la ligera. Es injusto que algunos nos hagan pensar que ser profesionales o responsables es sinónimo de infelicidad o de frustración (el mismo argumento perverso bajo el cual muchos se quedan estancados en matrimonios infelices). Uno tiene que empezar siendo responsable con uno mismo, y eso implica asegurarnos que tengamos el máximo nivel de bienestar económico, emocional y psicológico. Nos debemos a nosotros mismo explotar al máximo los talentos naturales con los que nacimos, nos debemos llegar al lecho de muerte sin arrepentimientos, con la felicidad de saber que hicimos todo lo que sabíamos que podíamos hacer.
Empezar de cero da miedo, pero el solo hecho de tener dudas creo que es suficiente excusa para empezar a explorar. Hay que atreverse a la felicidad, aunque eso nos cueste algunos ceños fruncidos en los almuerzos familiares. Mientras la salud y la mente nos lo permitan, elegir un nuevo rumbo es solo una forma de continuar viviendo, y no solo sobreviviendo.


(Psssst.... si necesitan un empujoncito extra: antes de arriesgarse a la inestabilidad económica del cine, Harrison Ford era carpintero. Se imaginan si Han Solo hubiera preferido hacer repisas? Acá les dejo otros ejemplos más de personas que nunca hubiéramos conocido si no se hubieran atrevido al cross over laboral> http://www.huffingtonpost.com/2013/06/24/never-late-change-careers_n_3460618.html.)