miércoles, 9 de abril de 2014

El (cyber) Baúl de los Recuerdos

Qué vergüenza. Vergüenza la que me da andar suspirando por un ex. Que al final no se portó muy bien que digamos. Y al principio tampoco realmente. Solo que esa parte de la historia se me olvida cuando en mi inbox, por equivocación regreso a mis correos de 2007 y me encuentro con mis breves intercambios cyber-epistolares cursis con el ese entonces amor de mi vida.

Cómo una relación que empieza con full amor termina en los dos bloqueándonos del Facebook? En qué momento uno pasa del “no puedo esperar para verte” al “ no te llamé porque mi celular está sin batería”?  A ratos quisiera tener una máquina del tiempo para volver al momento exacto donde las cosas empezaron a fallar.

Autocrítica como soy, en este momento creo que pudo haber sido mi culpa.  Y sí fue mi culpa. Porque como muchas mujeres, he cometido más de una vez el error de pensar que cualquier romance pasajero es el amor de mi vida, y actuando en consonancia, he dado  a la relación más de lo que la relación misma puede aguantar.  Porque una cosa es que uno quiera que alguien sea el amor de su vida, y otra que esa persona lo quiera ser, o pueda serlo.

Nunca he tenido que pedir perdón por ser infiel a nadie (mi signo zodiacal chino es el perro, eso posiblemente tiene algo que ver con esta lealtad crónica), nunca he mentido, (porque al amor de la vida de uno no se le miente y todos fueron el amor de mi vida), y nunca he roto el corazón a nadie.  Mis listas de perdón son de otro estilo, porque con eso de que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones, resulta que las mías muchas veces han terminado espantando a la presa y generando el efecto contrario en el Eduardo Capetillo de turno.

Si pudiera hablar con la que fui hace 7 años, me diría que querer a alguien no significa demostrárselo todo el tiempo. Es un hecho que a veces guardar distancias hasta tener bien estudiado el terreno o para simplemente hacerse extrañar tiene sus recompensas, como por ejemplo, que de hecho te extrañen. Me diría que querer a una persona no es excusa para uno dejar de hacer su vida y revolotear como mariposa insistente alrededor del sujeto dejando on hold cualquier plan a la espera de que el susodicho confirme. También me diría que la confianza es algo que se construye con el tiempo, y que el hecho de  ser novia de alguien no es una carta blanca para compartirle todo lo que pensamos, sentimos y nos pasa (“No todo el mundo tu vocación de psicólogo, Lolo”). Y sobre todo, me diría que no es el fin del mundo. Terminar con el susodicho  del e-mail en ese entonces me pareció como el peor golpe a mi corazón. Me diría que disfrute mientras pueda de  esos sufrimientos románticos leves, porque a medida de que uno crece hasta los break-ups son más complicados y dolorosos. Me diría que las cosas tienen solución, y que le conteste el teléfono cuando dos meses después me llame en una noche de borrachera. Y me diría que le perdone. (O al menos tenga un último “remember” con el personaje, por eso de quedarse con un buen recuerdo).  Porque independientemente de quien tuvo la culpa en el final de la relación, nadie que ha formado parte de nuestra historia personal debería desaparecer de nuestras vidas por cosas insignificantes. Me diría que un día, siete años más tarde, quizás encuentre sus correos, y tenga unas ganas locas de preguntarle cómo está, y que cuando no pueda hacerlo, probablemente me ponga un poquitito triste.