sábado, 11 de enero de 2014

El perdón es overrated.

I believe forgiveness is the key to your unhappiness, dice una canción noventera. Nada más cierto que eso. Las tendencias new age nos dicen - nos chantajean casi- con eso de que el único camino a la paz interior es el perdón, pero en la vida real esto no solo puede ser imposible, sino totalmente noscivo para conseguir paz si ello implica negar u olvidar hechos que nos han marcado, porque prácticamente equivale a negarse a uno mismo y a nuestra historia personal. En otros casos, perdonar a quien nos ha agraviado puede implicar una aceptación de conductas que son inaceptables a todas luces. 
El perdón, cuando el agravio es fuerte, difícilmente puede existir sin un reconocimiento del mismo y sin una disculpa. Esto no es una cuestión meramente emocional, incluso, en los procesos internacionales de justicia transicional o en casos de graves violaciones de derechos humanos los tribunales internacionales han determinado que lo fundamental que es el que la víctima o sus familiares sean reconocidos como tales, es decir, que exista un reconocimiento expreso de que existió un daño y con esto, las disculpas correlativas del agresor. Este reconocimiento de la condición de víctima es fundamental para que ésta pueda superar y recuperarse del hecho dañoso (pasar la página, como se diría comúnmente). A esto debe sumarse el hecho de que la paz no puede existir mientras los hechos alrededor de los cuales se dió el daño no sean debidamente aclarados. En esos casos, tanto los perpetradores de una violación de derechos humanos como las víctimas tienen versiones distintas de los hechos; los primeros generalmente negando que se dieron las violaciones en primer lugar. Pero más allá de las subjetividades, hay cuestiones fácticas innegables que deben ser reveladas y conocidas si se espera que la víctima pueda efectivamente perdonar.
Con las salvedades del caso, no veo por qué estos principios de Derecho Internacional no puedan aplicarse a las relaciones amorosas. En una época donde la psicología y la literatura de autoayuda nos enseñan que las mujeres debemos sacudirnos el polvo, sonreir y actuar como si nada ante cualquier desengaño amoroso (no hay que darles importancia, dicen), habría que preguntarnos si esa actitud casi robótica y negacionista ante nuestro propio dolor no será lo que nos tiene cargando baggage semanalmente al diván del psicólogo. Claro que hay relaciones que se terminan por default, de mutuo acuerdo o donde el sentimiento se diluye. Sin muertos ni heridos. En esos casos es lógico aplicar la filosofía zen de forgive and forget porque no hay daño (la mora purga la mora, como dirían mis colegas). Pero en otros casos, donde hay traiciones, mentiras, hijos abandonados, golpes, insultos y otros vejámenes propiciando la ruptura, el estándar es - debe ser- otro. Es imposible que una mujer maltratada física o psicológicente de cualquiera de estas formas pueda simplemente pasar la página y sonreirle a su agresor para mantener la paz social. Es imposible lograr perdón cuando el perdón no se pide; es ilógico pedir olvido sobre hechos que se niegan, y es absurdo  adjudicar estas rupturas a un mero malentendido, a una distinta apreciación de los hechos a cuenta de que "cada uno tiene su propia opinión", porque los hechos son eso, realidades, situaciones no sujetas a interpretaciones. Relativizar el maltrato- especialmente el psicológico, que es el más difícil de probar- y minimizarlo a una cuestión de pura susceptibilidad equivale a tolerarlo y perpetrarlo. Algo que en tiempos modernos debe ser rechazado absolutamente. 
Para que exista perdón las cosas deben ser llamadas por su nombre; la tración es eso, independientemente de si se consumó o no un acto sexual o si se tiene pruebas de éste; el abandono se da  cuando una persona es dejada a suerte y tratada sin interés, aún cuando el abandonador siga viviendo bajo su mismo techo; el maltrato se da cuando cualquier acción contra una mujer se realiza con el fin de hacerle daño, aún cuando no existan golpes o insultos directos ( los pasivo-agresivos son maltratadores por excelencia). 
El perdón no se da si no se pide, y aún en estos casos es facultativo de la víctima, el olvido solo es posible en la medida de que las agresiones ya no causen repercuciones en nuestra vida diaria y la amistad o la cordialidad solo se conseguirán si existe confianza o simpatía, es decir, cuando el maltratador deje de serlo. Si además del maltrato un agresor trata a su víctima como una exagerada susceptible y niega los hechos, está esperando que se acepte un maltrato. Que se acepte algo que es contrario a la propia integridad de la víctima. Absurdo.
Con esto, no quiero decir que perdonar sea inaceptable en todos los casos; si alguna mujer maltratada tiene la capacidad emocional de perdonar a quien la hirió está muy bien, mi punto es simplemente que perdonar no debe ser condición para ser feliz después de una ruptura, porque eso a veces no es posible. Porque una tiene derecho a rechazar lo que nos hace daño y elegir a quien odiamos con la misma libetad con la que elegimos a quien amamos sin que por esto nos hagan sentir como malas personas, o nos hagan temer que esto hará que nunca podamos seguir con nuestra vida. Los procesos de recuperación emocional implican enfrentar el hecho doloroso, no negarlo o minimizarlo, y si esto implica querer ahorcar al ex durante un mes o un siglo está bien, y es más sano que latigarnos diariamente por no ser la encarnación de la Madre Teresa. En mi opinión, la paz está en ser honestos con nuestros propios sentimientos, aunque en algunos casos esto implique soñar despiertas con que a alguien le caiga un rayo de vez en cuando. 

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